Poco a poco el estado va empujando la nueva moneda del balboa, literalmente, quitándonos recursos que no le cuestan nada. Los 40 millones en monedas de 1 balboa destinados a reemplazar los billetes de $1 costaron acuñar y traer a Panamá, digamos, no más de 3 millones. Eso significa, que los 37 millones en valor restante los utiliza el gobierno para quitarnos recursos sin tener que recurrir a impuestos.
Por eso, aprovechamos la oportunidad para destacar este artículo de José Benegas que recoge de manera muy completa y clara el debate respecto al balboa. Además, les recordamos que pueden encontrar aquí artículos que tratan sobre el tema del balboa escritos por Olmedo Miró, Ramón Barreiro, Diego Quijano, José Claus y Joey Levy. Aquí encontraran otra información sobre la moneda. Y aquí un artículo que publiqué en marzo de 2010 época en la que se anunciaba la política.
NOTA 30/12/2011: Agregó el vínculo a este artículo de Omar Sanabria: ¿Dónde están nuestros dólares?
NOTA 12/04/2012: Agregó los vínculos a dos artículos de Carlos E. González de la Lastra: No quiero un Martinelli y La gran carcajada.
El valor del nuevo balboa
«No existe creación alguna de riqueza con el balboa, sino una transferencia de recursos desde el sector privado al público.»
José Benegas
La Prensa, 1 de octubre de 2011
¿Cuánto vale un balboa? Lo que los panameños le den a cambio de cada moneda a su creador, el Gobierno panameño. Cualquier moneda vale de acuerdo a su poder adquisitivo. El balboa solo circulará en Panamá.
Solo los bienes y servicios producidos por los panameños y entregados al Estado le dan un valor original, y luego los restantes panameños que acepten dar bienes y servicios a los primeros panameños que lo aceptaron, haciéndolo circular y otorgándole liquidez. No existe creación alguna de riqueza con el balboa, eso es evidente, sino una transferencia de recursos desde el sector privado al público.
Uno de los principios elementales de la República es la publicidad de los actos de gobierno. La publicidad no es solo difusión, sino sobre todo veracidad y claridad.
La publicidad oficial debe orientarse a esclarecer al público sobre lo que se hace y no a presentar los hechos de un modo engañoso o a través de media verdades que induzcan a error.
En principio, ninguna moneda requiere de una campaña publicitaria, lo que la define es la capacidad por sí misma de circular, su aceptación por parte del público.
En el caso de la presentación del balboa, la publicidad no hace otra cosa que oscurecer a la población sobre la verdadera naturaleza de la operación y presentar lo que no es otra cosa que un verdadero impuesto como si se tratara de una multiplicación de los panes. El principio republicano resulta desnaturalizado.
Lo que la publicidad señala como señoreaje no es una ganancia que se le extrae al dólar o cosa parecida, esta operación ni siquiera tiene relación alguna con los billetes de un dólar deteriorados a los que haya que reemplazar.
El señoreaje originalmente era la cantidad que cobraba el acuñador de monedas metálicas por colocar su sello y certificar así el volumen y pureza del material.
Un gramo de oro, por ejemplo, valía más si era certificado como auténtico a través de ese sello y por eso se justificaba pagar el tal señoreaje.
Con el advenimiento de la moneda fiduciaria el señoreaje se transforma en algo muy distinto, el “señor” no obtiene en rigor un precio por la acuñación sino que directamente crea la moneda de la nada, por lo tanto el total de los bienes y servicios que consigue con su emisión equivale a una exacción sin contraprestación hecha al mercado.
El señoreaje en el caso de la moneda fiduciaria se debe entender entonces como impuesto inflacionario.
El efecto sobre la economía es exactamente el mismo que el de una falsificación de moneda.
Ninguna relación tiene este balboa con los billetes de un dólar, no los reemplaza sino que se suman a la base monetaria interna.
El Gobierno ni los extinguirá, lo que sería absurdo, ni los tendrá en reserva o respaldo de las nuevas monedas, algo que ya se aclaró.
No lo hará porque en cualquier caso el Estado no obtendría una exacción adicional de bienes y servicios al mercado interno, es decir no le serviría la operación como forma de recaudación fiscal.
Le bastará con reemplazar los billetes de un dólar por billetes más grandes –operación que por sí misma no tiene ninguna consecuencia económica– dejando al mercado sin billetes de esa denominación, y esperar que la Ley de Gresham haga su trabajo.
Esta Ley es el principio descubierto por el economista Thomas Gresham, que indica que la moneda mala desplaza a la buena cuando la primera se encuentra sobrevaluada.
La sobrevaluación ocurre por la pretensión de asignarle un valor de un dólar al balboa sin ninguna base cuando sabemos que, a diferencia de la moneda norteamericana, no puede circular fuera de Panamá. Es decir, vale menos que un dólar.
Por aplicación de esa ley y el retiro de los billetes de un dólar, los balboas se impondrían como una forma de curso forzoso de facto.
La mención al deterioro de los billetes de un dólar y el costo de reemplazarlos es una cortina de humo en realidad, porque además podrían reemplazarse con monedas norteamericanas de un dólar como lo ha hecho Ecuador.
El Gobierno produce unas monedas con un valor nominal de un dólar a un costo de producción de $0.25.
La emisión de 40 millones de balboas en monedas es una demanda del Gobierno sin contraprestación y una presión sobre los precios que pagan los panameños.
Un impuesto no autorizado por la Asamblea que pagarán en especial aquéllos cuyos patrimonio está fundamentalmente constituido por el ingreso monetario del mes, no tanto para los que poseen bienes físicos cuyo valor no se deteriora como el de la moneda.
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