Estos primeros párrafos de la obra, El liberalsmo en españa: una antología, de Dalmacio Negro (Madrid: Unión Editorial, 1988), recogen y explican con gran lucidez la diferencia entre democracia y liberalismo.
«El argumento esencial del liberalismo consiste en limitar el gobierno al ejercicio de funciones estrictamente indispensables para asegurar las libertades; especialmente la libertad de acción, más importante en la práctica que la libertad de pensamiento, aunque también las ideas son importante fuente de acción. No se preocupa tanto de quién manda—un príncipe, una oligarquía o el “pueblo", cualquiera que sea la realidad sociológica de este último o de aquella—como de que las facultades del mando político estén claramente establecidas de manera que se circunscriban a la protección incondicional de la vida, la seguridad de la propiedad, la garantía de las libertades, según las leyes, que incluyen la defensa frente a las amenazas provenientes de otras unidades políticas. La protección de la vida y la seguridad de la propiedad constituyen fines permanente de todo gobierno, según la tradición occidental; la garantía de las libertades—tema específico de la cultura política de Occidente—es el fin que, junto a los otros dos, caracteriza a la política liberal. Como los dos primeros fines generalmente no se habían puesto en duda, para que se cumpla el tercero el gobierno ha de estar sometido a la fiscalización popular, ejercitada por medio de representantes libremente designados.
«El gobierno liberal no se confunde, pues, necesariamente, como hoy es habitual, con el gobierno democrático. En unos famosos párrafos, lamentaba Ortega la confusión entre liberalismo y democracia de manera que a menudo, "queriendo lo uno gritamos lo otro": "Liberalismo y democracia—escribió—son dos cosas que empiezan por no tener que ver entre sí, y acaban por ser, en cuanto a tendencias, de sentido antagónico." Se trata de dos respuestas a dos cuestiones distintas: "La democracia responde a esta pregunta: ¿quién debe ejercer el poder público? La respuesta es: el ejercicio del poder público corresponde a la colectividad de los ciudadanos"; no se determina la extensión del poder público, sino sólo el sujeto o titular del poder de mando, y la respuesta democrática consiste en que mandamos todos. El liberalismo, en cambio, responde a esta otra pregunta, dice Ortega: "Ejerza quienquiera el poder público, ¿cuáles deben ser los límites de éste? La respuesta suena así: el poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. Es, pues, la tendencia a limitar la intervención del poder público". Por tanto, concluye el gran pensador español, "se puede ser muy liberal y nada demócrata, o viceversa, muy demócrata y nada liberal".» (p. 1-2).
Nótese tres cosas en particular: (1) la tradición histórica no veía a los representantes libremente elegidos como "legisladores" sino como defensores ante los abusos del gobierno ejecutivo; (2) si no se establecen claramente los límites al poder y, a su vez, se controlan efectivamente, la democracia tiene una tendencia contraria a la libertad con dirección a la dictadura de la mayoría o autocracia; y (3) el énfasis en la importancia de la libertad de acción (para reunirnos, expresarnos, profesar una fe, requerimos libertad de acción).
Es obligatorio preguntarse, ¿cuál es la institución que permite la libertad de acción? ¿Tiene límites esta libertad de acción? Esto lo trataremos en otra ocasión, pero para una respuesta corta, es la propiedad privada, institución que permite que se formen los procesos de intercambio voluntario y de pleno usufructo y y uso del recurso a mano sin que otro determine qué puedes o no hacer con él. Siguiendo con el tema que nos preocupa.
En Los fundamentos de la libertad (Madrid: Unión Editorial, 1982), Friedrich von Hayek señala de manera similar que:
Es obligatorio preguntarse, ¿cuál es la institución que permite la libertad de acción? ¿Tiene límites esta libertad de acción? Esto lo trataremos en otra ocasión, pero para una respuesta corta, es la propiedad privada, institución que permite que se formen los procesos de intercambio voluntario y de pleno usufructo y y uso del recurso a mano sin que otro determine qué puedes o no hacer con él. Siguiendo con el tema que nos preocupa.
En Los fundamentos de la libertad (Madrid: Unión Editorial, 1982), Friedrich von Hayek señala de manera similar que:
«La palabra democracia, al igual que la mayoría de los términos en nuestro campo de estudio, se usa en un sentido más amplio y vago; pero si se utiliza estrictamente para describir un método de gobierno, a saber, el de la regla de la mayoría, hace clara referencia a un problema distinto del liberalismo. El liberalismo es la doctrina sobre los que debiera ser la Ley; la democracia, una doctrina sobre la manera de determinar lo que será la Ley [...] Existe un extenso acuerdo acerca de la anterior diferencia entre el ideal democrático y el ideal liberal. Sin embargo, también hay cierto sector que utiliza la palabra 'libertad' en sentido de libertad política, lo que conduce a identificar liberalismo con democracia.» (p. 143).El economista Ludwig von Mises, diría en Teoría e historia (Madrid, Unión Editorial) que el principal valor de la democracia está en que permite reemplazar a los gobernantes de manera pacífica, pero no es un fin en sí mismo:
«La excelencia y el valor de lo que llamamos instituciones constitucionales, democracia y gobierno del pueblo se ven en el hecho de que hacen posible el cambio pacífico en los métodos y en los encargados del gobierno. Donde hay gobierno representativo ni las revoluciones ni las guerras son necesarias para sustituir a un gobernante impopular y su sistema.» (p. 371).La conclusión es que la democracia no puede ser un fin en si mismo, pero surge la cuestión de ¿cuál es el fin del liberalismo? La filosofía del liberalismo señala que no hay respuesta a esto porque lo que busca es permitir que haya la mayor libertad posible para que surja un orden espontáneo de complejidad creciente de relaciones sociales de todo tipo. Es un proceso abierto porque no tiene fines específicos ni podemos saber en qué dirección van, pero lo que sí podemos saber es que es el único sistema que ofrece la fertilidad necesaria para que germine la creatividad y la realización individual. El liberalismo, pues, tiene fines políticos, pero solo como un medio. Hay que preguntarse, pues, cuáles son esos riesgos a la libertad que crea la democracia, para comprender las políticas que podemos apoyar y la organización del gobierno que debemos defender.
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