El diario La Prensa sacó una nota interesante y detallada sobre los resultados electorales en América Latina donde hay segunda vuelta.
Cabe destacar lo siguiente:
En 1979, solo Ecuador y Costa Rica tenían este sistema. A partir de ahí, lo adoptaron también: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Perú, República Dominicana y Uruguay.
Entre 1979 y 2011 han habido 55 procesos electorales en esos países.
En 26 ocasiones, el ganador se determinó en la primera vuelta (no hubo segunda vuelta).
En las 29 restantes, hubo una segunda vuelta electoral. En 22 de las 29, la segunda vuelta la ganó quien había ocupado la primera posición en la primera vuelta (básicamente, se confirmó el resultado).
Solo en 7 ocasiones durante el período 1979-2011, se revirtió el resultado de la primera ronda, imponiéndose el que antes había quedado de segundo.
De estas 7 elecciones en las que se revirtió el resultado de la primera ronda, 4 terminaron ocasionando un serio debilitamiento de las instituciones democráticas: Ecuador, León Febres Cordero; Ecuador, Abdalá Bucaram; Perú, Alberto Fujimori; y Guatemala, Jorge Elías Serrano. En los otros casos no hubo una crisis institucional: Rep. Dominicana, Leonel Fernández; Colombia, Andrés Pastrana; y Uruguay, Jorge Battle.
Para concluir, la segunda vuelta electoral, en la gran mayoría de los casos, o no tuvo utilidad o simplemente significó un aumento del costo del proceso electoral, para confirmar un resultado que ya se sabía, pero con el problema de intensificar las tensiones políticas internas. Recordemos, tal como nos dice Guillermo Márquez, que la legitimidad se obtiene por la transparencia del proceso, no por la cantidad de votos.
Mientras tanto, de los 7 casos en el que se revierte el resultado de la primera vuelta, 4 resultaron en una fuerte crisis institucional, desestabilizando el país, perdiendo la paz, y generando un empobrecimiento por el alto costo económico de estas crisis. Explica Irene Giménez que en este sistema, la primera vuelta el votante escoge su preferencia sobre quién quiere que sea presidente, pero en la segunda, termina votando en contra del que no quiere que sea presidente. Si bien, esto puede ser una motivación normal, el problema está radica en el tipo de incentivos a vender votos políticos que se crea en el período interino entre cada vuelta electoral, y luego, el falso sentido de autoridad con que cuenta el ganador.
Supongamos un sistema de dos vueltas electorales en el que debe ganar el candidato con la mayoría absoluta (50%+ 1) de los votantes. Ahora, supongamos que en la primera vuelta ganó el candidato A con 33% de los votantes y el candidato B se quedó con 28%. Hay que ir a una segunda vuelta. Si gana el candidato A en esta segunda vuelta, no se ha hecho más que confirmar el resultado original.
Si gana el candidato B, entonces queda en el poder un candidato que solo el 28% del electorado había tenido intención de votarle (menos que A!), pero ahora cuenta con un sentido de autoridad mucho mayor, a pesar de que los votos adicionales que recibió no estaban dirigidos a apoyar su candidatura, sino a rechazar la de A. Es decir, en el remanente del 39% de los votantes (33% del A + 28% del B = 61%, quedan 39% que votaron por otros candidatos en la primera vuelta), voto una cantidad suficiente en contra de A.
Para seguir con nuestro ejemplo, supongamos que B ganó con el 51% de los votos (como ha sucedido en la vida real) y A, recibió el 49%. Eso quiere decir que del 39% que tenían que decidirse, 16 se fue con A, y 23% se fue con B. Es la lucha política por ganarse esos votos remanentes que crea tensiones peligrosas dentro de la institucionalidad democrática porque ahora esos grupos minoritarios tienen un poder excesivo en relación al que tenían antes de la primera vuelta. A la vez, dado que las elecciones a las asambleas legislativas se dieron en la primera vuelta, es probable que el grupo político del candidato A sea el grupo más poderoso individualmente considerado dentro de la asamblea.
Para terminar, dijo el escritor Guillermo Sánchez Borbón, en una nota de opinión muy jocosa, en la que cierra con la idea de que porqué meterse a reformar este método, si hasta ahora ha estado funcionando bien en términos de la transparencia y la legitimidad de los gobernantes: "A lo largo de nuestra historia han habido muchos paquetazos. No bastan las leyes electorales: hay que tener voluntad política, como lo prueba el hecho de que desde que regresó la democracia a Panamá, no ha habido un solo fraude electoral. ¿Por qué tentar la suerte?"
Cabe destacar lo siguiente:
En 1979, solo Ecuador y Costa Rica tenían este sistema. A partir de ahí, lo adoptaron también: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Perú, República Dominicana y Uruguay.
Entre 1979 y 2011 han habido 55 procesos electorales en esos países.
En 26 ocasiones, el ganador se determinó en la primera vuelta (no hubo segunda vuelta).
En las 29 restantes, hubo una segunda vuelta electoral. En 22 de las 29, la segunda vuelta la ganó quien había ocupado la primera posición en la primera vuelta (básicamente, se confirmó el resultado).
Solo en 7 ocasiones durante el período 1979-2011, se revirtió el resultado de la primera ronda, imponiéndose el que antes había quedado de segundo.
De estas 7 elecciones en las que se revirtió el resultado de la primera ronda, 4 terminaron ocasionando un serio debilitamiento de las instituciones democráticas: Ecuador, León Febres Cordero; Ecuador, Abdalá Bucaram; Perú, Alberto Fujimori; y Guatemala, Jorge Elías Serrano. En los otros casos no hubo una crisis institucional: Rep. Dominicana, Leonel Fernández; Colombia, Andrés Pastrana; y Uruguay, Jorge Battle.
Para concluir, la segunda vuelta electoral, en la gran mayoría de los casos, o no tuvo utilidad o simplemente significó un aumento del costo del proceso electoral, para confirmar un resultado que ya se sabía, pero con el problema de intensificar las tensiones políticas internas. Recordemos, tal como nos dice Guillermo Márquez, que la legitimidad se obtiene por la transparencia del proceso, no por la cantidad de votos.
Mientras tanto, de los 7 casos en el que se revierte el resultado de la primera vuelta, 4 resultaron en una fuerte crisis institucional, desestabilizando el país, perdiendo la paz, y generando un empobrecimiento por el alto costo económico de estas crisis. Explica Irene Giménez que en este sistema, la primera vuelta el votante escoge su preferencia sobre quién quiere que sea presidente, pero en la segunda, termina votando en contra del que no quiere que sea presidente. Si bien, esto puede ser una motivación normal, el problema está radica en el tipo de incentivos a vender votos políticos que se crea en el período interino entre cada vuelta electoral, y luego, el falso sentido de autoridad con que cuenta el ganador.
Supongamos un sistema de dos vueltas electorales en el que debe ganar el candidato con la mayoría absoluta (50%+ 1) de los votantes. Ahora, supongamos que en la primera vuelta ganó el candidato A con 33% de los votantes y el candidato B se quedó con 28%. Hay que ir a una segunda vuelta. Si gana el candidato A en esta segunda vuelta, no se ha hecho más que confirmar el resultado original.
Si gana el candidato B, entonces queda en el poder un candidato que solo el 28% del electorado había tenido intención de votarle (menos que A!), pero ahora cuenta con un sentido de autoridad mucho mayor, a pesar de que los votos adicionales que recibió no estaban dirigidos a apoyar su candidatura, sino a rechazar la de A. Es decir, en el remanente del 39% de los votantes (33% del A + 28% del B = 61%, quedan 39% que votaron por otros candidatos en la primera vuelta), voto una cantidad suficiente en contra de A.
Para seguir con nuestro ejemplo, supongamos que B ganó con el 51% de los votos (como ha sucedido en la vida real) y A, recibió el 49%. Eso quiere decir que del 39% que tenían que decidirse, 16 se fue con A, y 23% se fue con B. Es la lucha política por ganarse esos votos remanentes que crea tensiones peligrosas dentro de la institucionalidad democrática porque ahora esos grupos minoritarios tienen un poder excesivo en relación al que tenían antes de la primera vuelta. A la vez, dado que las elecciones a las asambleas legislativas se dieron en la primera vuelta, es probable que el grupo político del candidato A sea el grupo más poderoso individualmente considerado dentro de la asamblea.
Para terminar, dijo el escritor Guillermo Sánchez Borbón, en una nota de opinión muy jocosa, en la que cierra con la idea de que porqué meterse a reformar este método, si hasta ahora ha estado funcionando bien en términos de la transparencia y la legitimidad de los gobernantes: "A lo largo de nuestra historia han habido muchos paquetazos. No bastan las leyes electorales: hay que tener voluntad política, como lo prueba el hecho de que desde que regresó la democracia a Panamá, no ha habido un solo fraude electoral. ¿Por qué tentar la suerte?"
Comentarios