15 de agosto: Aniversario monetario
Por Diego E. Quijano Durán
Hubo un aniversario que pasamos por alto el pasado 15 de agosto, uno que no debe ser causa de celebración. Se cumplieron 43 años desde que el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, tomara la decisión de “cerrar la ventanilla de oro”. Desde entonces, el dólar ha perdido 83% de su valor. Lo que en 1971 se compraba con $1.00, ahora se requiere $5.89, casi seis veces más.
La decisión de Nixon representó nada más y nada menos que la quiebra de Estados Unidos, que ya no podía hacerle frente a sus compromisos. Suprimió la convertibilidad del dólar en oro, tirando por la borda todos los principios de disciplina fiscal y dinero sano.
Cabe preguntarse por qué esta quiebra no hizo que cayera rápidamente el valor del dólar, tal y como vemos que sucede con la moneda de otro país que entra en impago. La respuesta es que para 1971, el dólar se había convertido en un problema para todo el mundo.
¿Cómo y qué sucedió? Entre 1944 y 1971, el gobierno de EEUU había emitido promesas de pago —como cualquiera que emite un pagaré: “Yo prometo entregar al portador de esta nota tantas onzas de oro”— y el resto del mundo las había aceptado. Esta gran acumulación de dólares en las arcas de los principales bancos centrales de Occidente se debía a unos acuerdos, firmados en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, denominados Bretton-Woods por el hotel donde se negociaron. En ellos, el dólar americano actuaba como piedra clave. Solo el dólar estaría vinculado a una cantidad fija de oro y sería la única convertible en el metal. El resto de las monedas anclarían su valor al dólar. Los bancos centrales de Alemania, Inglaterra, Francia, tendrían dólares, principalmente, como reservas. En 1971, estando las monedas de los principales países Europeos atadas al dólar, no hubo mucho que pudieran hacer excepto refunfuñar y aceptar el nuevo orden.
En cuanto a la economía nacional, a lo interno de Estados Unidos, el gobierno pasó de requerir oro para el pago de impuestos —mediante billetes respaldados por oro—, a aceptar sus propias promesas de pago como forma de pago. En el ámbito internacional, los otros países tenían (tienen) pagarés que el gobierno del país más grande del mundo aceptaba para el pago de impuestos. Así, el dictado popular que el dólar es el dólar porque detrás está el ejército más poderoso del mundo tiene varios granos de verdad.
Con la decisión de Nixon empezó un gran experimento, un periodo de monedas fiduciarias flotando libremente. Su valor fluctuaría una con otra según los movimientos de capitales de un país a otro, los aumentos o disminuciones de ahorro en esa moneda, las transacciones en esa moneda y la salud financiera de los gobiernos emisores.
Las distintas corrientes dentro de la ciencia económica no se terminan de poner de acuerdo sobre lo positivo o no de este sistema, pero les dejo mi opinión sobre el caso. Si lo que pudiera ser la mejor moneda del mundo bajo este sistema pierde 83% de su valor en 43 años, no parece ser un buen sistema. Las monedas fiduciarias son menos estables e no impone límites fuertes al despilfarro público.
A propósito, el 9 de agosto también se celebró el aniversario del escándalo de Watergate. Nixon será más recordado por esto, pero a mi juicio, la clausura de la ventanilla de oro fue peor, ya que ha esquilmado a las personas productivas y ahorradores del mundo entero a través del impuesto de la inflación.
Publicado en Revista K, edición de septiembre de 2014.
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