Siguiendo nuestras recientes entradas referente al tema de la libertad de expresión (ver Olmedo Miró, Libertad de expresión y poder), les paso en esta ocasión un escrito de Justo Arosemena tratando el tema. (Gracias a Alfonso Grimaldo por rescatarlo). Resalta su instinto plenamente de liberal consagrado.
Estudios constitucionales sobre gobiernos en América Latina (1870)
Vol. I, Cáp. VI, República de Bolivia
Observaciones particulares - Libertad de imprenta
por Justo Arosemena (1817-1896)
A nuestro modo de ver, el abuso esta en hacer materia de juicio lo que no puede serlo por la naturaleza de la cosa. Tratándose de ataques al gobierno, la represión es carta blanca para la arbitrariedad, y un poderoso estimulo para las conspiraciones, que no son temibles sino cuando no trascienden por la prensa. Sobre la inmoralidad o la irreligiosidad de los escritos ¡qué campo para la preocupación, el capricho, la hipocresía, las miras individuales o de secta!
Respecto de la vida privada, y en tanto que la prensa denuncie lo que la sociedad no tiene interés en conocer, todos se hallan interesados en condenarlo, y la reprobación universal es un medio más eficaz de represión que las controversias judiciales.
La libertad absoluta de la prensa, o sea, su irresponsabilidad ante la ley es tanto más necesaria, cuanto no es posible coartar el abuso sin limitar el buen uso. El jurado mismo no inspira confianza de que solo las publicaciones realmente nocivas sean proscritas. No hay, ni puede haber regla de criterio para calificar los escritos; y aun procediendo de buena fe, el jurado puede extraviarse por la pasión o por las preocupaciones de la actualidad.
Como las graduaciones y las formas del pensamiento son infinitas, la ley se abstiene de entrar en definiciones de los abusos que abstractamente señala. Deja esa incumbencia al tribunal, que por lo mismo se convierte en un legislador ex post facto, o sea, que empieza por dar la ley sobre un hecho sucedido, para aplicarla inmediatamente como juez.
Este procedimiento abre un campo ilimitado a la arbitrariedad, al capricho y al sentimiento de jueces irresponsables, y explica las constantes y multiplicadas anomalías con que se distinguen los juicios de imprenta.
Casi todos los gobiernos temen la libre expresión del pensamiento por la imprenta; pero en realidad, ella es una garantía para los mismos a quienes espanta. Al paso que desempeña los oficios de válvula de seguridad, dando expansión y solaz al ánimo sobrecargado de peligrosa pasión, ilustra a los gobiernos sobre el estado de opinión pública, y les muestra el lado vulnerable de la política que siguen.
Poquísimos gobiernos habrá, si es que hay alguno, que no procedan de buena fe, por mas tiránicos que se les represente. Y siendo eso así, ¿que más pueden apetecer sino orientarse en las necesidades, en los deseos y hasta en los caprichos del pueblo sobre que ejercen su autoridad? ¡Y qué medio más propio que la absoluta e irresponsable expresión de todas las opiniones por la imprenta?
Cuando se hallan ligados a un sistema religioso exclusivo, prestan asimismo los gobiernos su sanción al sacerdocio para proscribir la emisión por la prensa de las ideas que pugnen con la religión favorecida. De este modo las creencias políticas y religiosas, las instituciones vigentes y aun las preocupaciones mas absurdas reciben un sello de infalibilidad, desmentido por la historia, que tantos cambios registra en las opiniones más acreditadas sobre política, religión y aun moral.
Si las ciencias que a estos objetos se refieren están aún por formarse; si los sistemas ocupan el lugar de aquellas y nada tienen de universales o inherentes a la naturaleza humana en general; si aun esta misma naturaleza y el criterio que ella determina sufren alteraciones con los climas, las razas y los tiempos, ¿quién podrá concienzudamente arrogarse el poder de condenar y punir opiniones sinceras, lanzadas a la discusión, que es su mejor piedra de toque?
Si, la absoluta libertad de imprenta, comparada por un eminente jurista ingles con la lanza de Telefo, cura las heridas que hace, saliendo al encuentro del error que ella misma propala, desarmándolo por la publicidad, y reduciendo a su menor expresión los peligros que pudiera acarrear.
No hay error más peligros que aquel contra el cual no puede emplearse el antídoto de los errores, la verdad por la demostración; y a esa clase pertenecen los que huyendo de una publicidad en que hallarían pena y no luz, se esconden en la oscuridad, donde siempre hay objetos a su alcance, aumentados quizás por la simpatía que acompaña a la persecución.
Análogas observaciones pudieran hacerse sobre los abusos de la prensa que no ofenden sino la vida privada. Son instrumentos cortantes, cuyo filo se aguza en las tinieblas del secreto, y se gasta con la publicidad, como si la luz les fuese contraria. Tanta es la indiferencia que llega a prevalecer sobre los ataques indignos o exagerados de la prensa, que nadie puede temer por su reputación, cuando las imputaciones no son de hechos criminosos y acompañados de pruebas concluyentes.
Estudios constitucionales sobre gobiernos en América Latina (1870)
Vol. I, Cáp. VI, República de Bolivia
Observaciones particulares - Libertad de imprenta
por Justo Arosemena (1817-1896)
A nuestro modo de ver, el abuso esta en hacer materia de juicio lo que no puede serlo por la naturaleza de la cosa. Tratándose de ataques al gobierno, la represión es carta blanca para la arbitrariedad, y un poderoso estimulo para las conspiraciones, que no son temibles sino cuando no trascienden por la prensa. Sobre la inmoralidad o la irreligiosidad de los escritos ¡qué campo para la preocupación, el capricho, la hipocresía, las miras individuales o de secta!
Respecto de la vida privada, y en tanto que la prensa denuncie lo que la sociedad no tiene interés en conocer, todos se hallan interesados en condenarlo, y la reprobación universal es un medio más eficaz de represión que las controversias judiciales.
La libertad absoluta de la prensa, o sea, su irresponsabilidad ante la ley es tanto más necesaria, cuanto no es posible coartar el abuso sin limitar el buen uso. El jurado mismo no inspira confianza de que solo las publicaciones realmente nocivas sean proscritas. No hay, ni puede haber regla de criterio para calificar los escritos; y aun procediendo de buena fe, el jurado puede extraviarse por la pasión o por las preocupaciones de la actualidad.
Como las graduaciones y las formas del pensamiento son infinitas, la ley se abstiene de entrar en definiciones de los abusos que abstractamente señala. Deja esa incumbencia al tribunal, que por lo mismo se convierte en un legislador ex post facto, o sea, que empieza por dar la ley sobre un hecho sucedido, para aplicarla inmediatamente como juez.
Este procedimiento abre un campo ilimitado a la arbitrariedad, al capricho y al sentimiento de jueces irresponsables, y explica las constantes y multiplicadas anomalías con que se distinguen los juicios de imprenta.
Casi todos los gobiernos temen la libre expresión del pensamiento por la imprenta; pero en realidad, ella es una garantía para los mismos a quienes espanta. Al paso que desempeña los oficios de válvula de seguridad, dando expansión y solaz al ánimo sobrecargado de peligrosa pasión, ilustra a los gobiernos sobre el estado de opinión pública, y les muestra el lado vulnerable de la política que siguen.
Poquísimos gobiernos habrá, si es que hay alguno, que no procedan de buena fe, por mas tiránicos que se les represente. Y siendo eso así, ¿que más pueden apetecer sino orientarse en las necesidades, en los deseos y hasta en los caprichos del pueblo sobre que ejercen su autoridad? ¡Y qué medio más propio que la absoluta e irresponsable expresión de todas las opiniones por la imprenta?
Cuando se hallan ligados a un sistema religioso exclusivo, prestan asimismo los gobiernos su sanción al sacerdocio para proscribir la emisión por la prensa de las ideas que pugnen con la religión favorecida. De este modo las creencias políticas y religiosas, las instituciones vigentes y aun las preocupaciones mas absurdas reciben un sello de infalibilidad, desmentido por la historia, que tantos cambios registra en las opiniones más acreditadas sobre política, religión y aun moral.
Si las ciencias que a estos objetos se refieren están aún por formarse; si los sistemas ocupan el lugar de aquellas y nada tienen de universales o inherentes a la naturaleza humana en general; si aun esta misma naturaleza y el criterio que ella determina sufren alteraciones con los climas, las razas y los tiempos, ¿quién podrá concienzudamente arrogarse el poder de condenar y punir opiniones sinceras, lanzadas a la discusión, que es su mejor piedra de toque?
Si, la absoluta libertad de imprenta, comparada por un eminente jurista ingles con la lanza de Telefo, cura las heridas que hace, saliendo al encuentro del error que ella misma propala, desarmándolo por la publicidad, y reduciendo a su menor expresión los peligros que pudiera acarrear.
No hay error más peligros que aquel contra el cual no puede emplearse el antídoto de los errores, la verdad por la demostración; y a esa clase pertenecen los que huyendo de una publicidad en que hallarían pena y no luz, se esconden en la oscuridad, donde siempre hay objetos a su alcance, aumentados quizás por la simpatía que acompaña a la persecución.
Análogas observaciones pudieran hacerse sobre los abusos de la prensa que no ofenden sino la vida privada. Son instrumentos cortantes, cuyo filo se aguza en las tinieblas del secreto, y se gasta con la publicidad, como si la luz les fuese contraria. Tanta es la indiferencia que llega a prevalecer sobre los ataques indignos o exagerados de la prensa, que nadie puede temer por su reputación, cuando las imputaciones no son de hechos criminosos y acompañados de pruebas concluyentes.
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