Libertad para cooperar y comerciar
Por Diego E. Quijano Durán
La Prensa, 3 de diciembre de 2011
Alguna vez ha escuchado al director técnico de un equipo de fútbol decir algo así: “Para ganar la liga, entrenaremos menos, descansaremos más y jugaremos solo con equipos peores que el nuestro. Le vamos a pedir al Gobierno que nos ayude y que cuando venga un equipo más fuerte, le ponga pesas en las piernas y brazos. Es injusto que vengan otros más preparados”. Por supuesto que no.
Además de ser la peor forma de prepararse, no es ético y carece de espíritu deportivo. ¿Qué pasará con la calidad de este deporte? Empeorará. Localmente, este equipo podrá decir que es el mejor, que representa al deporte nacional, y el entrenador dirá “miren lo exitosos que somos”.
No debe escapar de la vista de nadie la falsedad de esta afirmación. Pues, lo mismo sucede en el campo económico.
¿Qué sentido tiene concederle protección a las industrias locales frente a las foráneas?
Las industrias nacionales tienden a pedir protecciones de los productores foráneos para proteger la producción nacional; un privilegio frente a esos productores que no pueden competir en igualdad de condiciones. Dicen los directivos: “Necesitamos que les pongan pesas a los productores extranjeros en forma de aranceles para que podamos crecer”.
¿Podrá esta industria beneficiada crecer algún día y competir internacionalmente? ¿Qué pasará con la calidad y los precios de los productos locales? ¿Cómo se hará la elección de industrias beneficiadas? ¿Quién lo hará? Esto abre las puertas a que se concedan beneficios a empresas o industrias que estén directamente relacionadas con los políticos o funcionarios encargados de administrar tan noble función.
Claro, sus directivos dirán “miren los trabajadores que tenemos, miren la marca que tenemos”.
Se ven los mil trabajadores protegidos y sus ganancias, pero no se ven los efectos nocivos a los 3 millones de consumidores que tienen que pagar más para adquirir estos productos. Los más afectados son los de menores recursos, que tienen que dedicar una mayor porción de sus ingresos justamente en estos productos más protegidos.
¿Por qué los productores de una provincia no exigen protección de los de otra? ¿Si hubiese un solo país en el planeta, entonces no importaría si el producto viene de otra “provincia”? ¿Qué importa que sea extranjero el productor? ¿Acaso no es otro ser humano? ¿Por qué tan pronto como el comercio traspasa las fronteras políticas deja de ser libre? ¿Por qué ahora es el país el que comercia y no los ciudadanos, que son los que realmente lo realizan?
Comerciar es cooperar, es intercambiar voluntariamente, es pacífico y civilizador. Establecer protecciones es retornar al razonamiento de nuestro pasado tribal en el que la riqueza se conseguía quitándosela a otro en lugar de intercambiar y cooperar.
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