La tendencia de la burocracia es a expandirse y buscar constantemente maneras de justificar su expansión. La razón usual suele ser que sin ellos la vida no sería posible. Algunas semanas atrás publiqué este enfoque en La Prensa, sección de Economía & Negocios, como una crítica al aumento en regulaciones y el tipo de regulaciones que está impulsando la Superintendencia de Bancos de Panamá.
El buen gobierno corporativo
Por Diego E. Quijano Durán
La Prensa, 28 de noviembre de 2011
Hay una tendencia a creer que si se pasara una ley para que todos seamos buenos, por obra y gracia del legislador, todo el mundo será bueno. Las últimas directrices que pretende instaurar la Superintendencia de Bancos están inspiradas en esta creencia.
La primera, incorporar directores independientes a las juntas directivas de los bancos; es decir, que no sean accionistas ni formen parte de la gerencia.
La segunda, establecer obligatoriamente lo que suele llamarse un gobierno corporativo, o sea, unas organizaciones internas como comités de gestión de riesgo o auditoría interna.
No hay duda de que son medidas bien intencionadas. Los mejores directores son los que no titubean a la hora de plantear sus dudas.
No es fácil ir en contra de la camaradería que puede formarse tras las expectativas deslumbrantes de algún proyecto.
Lo que hace independiente a un director no es el no tener acciones en el banco o no tener vinculación alguna con la administración, sino su carácter, su ética y la intuición empresarial que le brindan sus conocimientos y experiencias.
Hay más posibilidades de que estas cualidades confluyan cuando el director tiene un interés accionario (o actúa en nombre de uno) porque su carne está en juego, no cuando ha sido designado por un requisito legal.
Similarmente, los mejores bancos son aquellos que tienen una buena organización interna que intenta proteger los intereses de los accionistas a largo plazo, que busca mostrar la mayor transparencia posible en los estados financieros, asegurar una adecuada estructura de financiamiento para calzar plazos y exigir a la gerencia que busque inversiones sostenibles. Pero una norma que exija este tipo de comités internos crea el riesgo de que ciertos bancos lo conviertan en un mero trámite y, por tanto, no se cuente con la visión y urgencia de aquello concebido a lo interno de una entidad que busca liquidez y rentabilidad a largo plazo.
Exigir mediante una regulación que se cuente con un director “independiente” y un “buen” gobierno corporativo debilita la señal que dan al mercado los bancos que sí lo están haciendo bien y, a su vez, proyecta una imagen falseada de los que no lo están haciendo tan bien.
Es imposible que el regulador pueda forzar la entrada de directores con criterio independiente, ni crear buenos gobiernos corporativos porque así lo dice.
En lugar de crear nuevas y más reglas para supervisar, debiera concentrarse en monitorear los descalces de plazos, los índices de morosidad, etc. El público determinará si es conveniente o no colocar su dinero ahí.
Este tipo de regulaciones fomenta el riesgo inducido, disminuye las fuerzas disciplinadoras del mercado y motiva la pereza analítica de los inversores menos diestros que se confían en el paraguas paternal de la Superintendencia.
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