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Yom HaShoah

El 24 de abril a las 10:00 A.M. en Israel, los conductores se detuvieron en medio de las autopistas y se bajaron, los peatones se congelaron en sus pasos y los ciclistas pararon su recorrido. Durante dos minutos, prácticamente todos los israelíes hicieron silencio y pausaron sus quehaceres para conmemorar a las víctimas del Holocausto. Las imágenes de Yom HaShoah, día del recuerdo del Holocausto, son impactantes y conmovedoras. 

Un estimado de 11 millones de personas murieron bajo la maquinaria Nacional Socialista del Tercer Reich. Más de la mitad fueron judíos, eliminando con ello 2/3 de la población judía europea de antes de la guerra. El resto incluyó a polacos, opositores políticos, prisioneros de guerra soviéticos, discapacitados, gitanos, homosexuales y testigos de Jehová. El problema de estas estadísticas es que se pierde al individuo, de que cada una de esas personas tenía sus proyectos vitales, eran padres y madres, hermanos y hermanas, hijos y sobrinos, académicos, científicos, trabajadores, artesanos y empresarios, recién casados y por nacer. Es por esto que la historia de Ana Frank nos llega tanto.




En el prólogo a El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, el psicólogo y pedagogo, José Benigno Freire, lo explica así: 
“Al contemplar sus hileras de tumbas en perfecta simetría, el honroso cementerio de Auschwitz solo parece albergar una multitud de personas recordadas con una dignidad póstuma, tras una muerte sin sentido. Sin embargo, el panorama cambia radicalmente si, ante cada tumba, el espectador juega con la imaginación y percibe un sinfín de vidas malogradas”. 
De igual forma, el escritor y químico, Primo Levi, dice: 
“resulta significativo cómo estas muertes individuales, personales, todas trágicas, pero distintas, pesan mucho más, influyen mucho más en nuestra sensibilidad que los millones de muertos anónimos reflejados en las estadísticas”. 
Y Thomas Buergenthal, jurista y profesor de derecho, señala:
“referirse al Holocausto por medio de cifras […], como se hace con frecuencia, implica deshumanizar de modo involuntario a las víctimas y trivializar lo profundamente humano de dicha tragedia. Los números transforman a las víctimas en una masa fungible de cuerpos anónimos y despojados de alma, en lugar de verlas como los seres humanos individuales que alguna vez fueron. Todos los que hemos vivido el Holocausto tenemos una historia personal digna de ser narrada, aunque sea por el mero hecho de ponerle un rostro humano a la experiencia”. 
Levi pasó 11 meses en un campo de concentración cercano a Auschwitz. De los 650 judíos italianos deportados con él, solo 20 sobrevivieron. Buergenthal, creció entre sus 5 y 9 años en el gueto de Kielce, hasta que en 1944 lo deportaron a Auschwitz. Frankl, quien pasó 3 años en campos de concentración, era un neurólogo y psiquiatra, y se propuso en su citado libro responder a la pregunta “¿Cómo se veía afectada la psicología del prisionero por el día a día en un campo de concentración?” Una de las conclusiones más llamativas del autor, es que “El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en terribles estados de tensión psíquica y física”. No puedo dejar de recomendar esta obra, concisa, reveladora e inspiradora. 

En Yom HaShoah, no solo vale recordar a las víctimas. Nicholas Winton, un corredor de bolsa inglés, hijo de alemanes judíos, organizó el rescate de 669 niños de una Checoslovaquia ocupada por los Nazi. Esta hazaña quedó en el olvido durante 50 años hasta cuando su esposa descubre una caja con documentos alusivos a sus actividades. Tómese dos minutos para ver en YouTube alguno de los videos sobre Nicholas Winton, en especial, la ocasión de un homenaje en la que conoce a muchos de los niños, ya adultos, que él mismo ayudó a salvar. A estos héroes discretos también vale la pena
recordarlos. Winton murió en 2015 a sus 106 años. 

Publicado en Revista K, edición mayo 2017, vol 115, pág. 142.

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